Situados ya en la segunda decena del siglo XXI, sumergidos de lleno en la globalización, nos mostramos decididos defensores de la Internacionalización de las Pymes que tienen que encarar una situación real impensable hace relativamente pocos años. Se trata, probablemente, de una cuestión de supervivencia para muchas de ellas y por ello, considerando que conforman una aplastante mayoría en el conjunto del tejido económico de cada país – el 99,9% en el caso de España, si incluimos microempresas – vamos a ir desgranando en este Blog distintas consideraciones y análisis que permitan aclarar el camino para su eficaz desenvolvimiento en otros mercados. Creemos que el esfuerzo en esa línea, como impulso de la Internacionalización, es de imperativo cumplimiento por parte de todos los actores y gestores económicos públicos y privados. Pero hemos de asumir que la consecución del éxito arranca de las capacidades reales de las propias Pymes, sin las cuales, cualquier esfuerzo resultaría inúti: y no todas están en condiciones de emprender la aventura. Veamos.
La exportación, como primer paso natural en la carrera de la Internacionalización de cualquier actividad, constituye una acción de ventas similar a las que llevamos a cabo habitualmente en el mercado doméstico, pero con las dificultades obvias añadidas que se derivan del traspaso de la acción correspondiente fuera de nuestras fronteras y las complicaciones que acarrea tan aparentemente simple circunstancia. Y el sentido común nos hace comprender que la clave del éxito radica en el control de tales dificultades, que sólo será posible mediante la preparación, la planificación y el desarrollo adecuados. En tal empeño vamos a dirigir nuestros pasos en este Blog.
Sin embargo, antes de comenzar el camino, no tenemos más remedio que concentrarnos en una simple, pero determinante, premisa: la relativa a las Ventajas Competitivas de nuestros productos o servicios. Tan rotunda e indispensable que sin su existencia es inútil iniciar cualquier emprendimiento, hasta el punto que su ausencia desaconsejaría cualquier actividad –incluso doméstica – o la reconsideración de la misma si es que la empresa ya está presente en el mercado. Hemos visto gran cantidad de fracasos y frustaciones en la Internacionalización que tienen su explicación en algo tan simple como la falta de constatación previa de esas Ventajas, lo que, por otra parte, no encierra demasiadas dificultades, como veremos a continuación.
No se trata de aplicar técnicas específicas y complejas que nos permitan la evaluación de la actividad y su posicionamiento competitivo. A priori, la experiencia nos demuestra que, concentrándonos solamente en la actividad que consideremos más ventajosa – en el caso de ejercer varias – y llevando a cabo un ejercicio de reflexión sensato y lleno de humildad, será suficiente para empezar a situarnos con simples respuestas. Se trataría de plantearnos cuestiones tales como las siguientes:
¿Contamos con una tecnología diferente? – ¿Son únicos o distintos nuestros productos o servicios? – ¿Están protegidos mediante patentes? – ¿Tenemos una marca de éxito reconocido? – ¿Goza de prestigio nuestra actividad? – ¿Contamos con una imagen empresarial especial? – ¿Son bajos nuestros costos de producción o servicio? – ¿Es superior nuestra calidad? – ¿Contamos con un equipo humano sobresaliente sobre los de la competencia? – ¿Está por encima de la de nuestros competidores nuestra flexibilidad productiva? – ¿Podemos acceder ventajosamente a la información de los mercados?, y otras similares que nos hagan concluir la diferencia con nuestros competidores.
Eso es todo, en síntesis. Y, si es preciso, habría que añadir análisis de mayor profundidad. Pero normalmente, tras la reflexión, vamos a extraer las debidas conclusiones que nos permitirán comenzar con buen pie e ideas claras el arduo camino que hemos de emprender, a partir de ese momento, hasta lograr la apertura de nuevos mercados si, como es de esperar, hemos conseguido detectar ventajas significativas en alguna de nuestras actividades. Y si no es así, solamente caben dos posibilidades: intentar idear alguna modificación de nuestra actividad que la haga competitiva en algún aspecto – innovando – o desistir razonablemente de considerar la salida a otros mercados. (La experiencia demuestra que la primera de las alternativas es casi siempre realizable y que la imposibilidad de detectar alguna ventaja competitiva es harto improbable si, como se presupone, nuestro producto o servicio se ha estado vendiendo en el mercado doméstico).
A partir de ahí caben análisis más finos de atracción y posicionamiento. Pero solamente a partir del momento en que tengamos conciencia de nuestras ventajas, estaremos en condiciones de iniciar la aventura exterior con expectativas de éxito. Esperemos que así sea y vayamos descubriendo, gradualmente, como salvar los obstáculos del camino.