El niño era pobre. Pero amaba la vida: por eso aprendió a soñar…..
Aquella cruenta guerra fratricida que asoló su querida tierra, dejando el país en ruinas físicas y morales, fue el preludio de su nacimiento, en una época en que el fantasma del hambre y la escasez de alimentos marcaron la pauta de cuantos, en la gran urbe, no tenían acceso a lo que podían conseguir por la vía del estraperlo o la cartilla de racionamiento.
Y sin embargo, la penuria no logró borrarle la sonrisa. Por el contrario, le enseñó a apreciar lo que la Creación regala generosamente sin mayor coste que el de la buena voluntad. A valorar la amistad universal, exenta de interés. A dar sentido a la disciplina que, tras el esfuerzo, proporciona la satisfacción íntima premiándolo con creces. A ser feliz con el nacimiento del día y la llegada de la noche, y con sus escasas pertenencias de canicas, chapas, tebeos o cromos. A respetar la sabiduría de los mayores y su autoridad. A ser agradecido…A sonreír con la belleza de una flor silvestre naciendo en primavera, con el reptar de una pequeña lagartija, con el vuelo gracioso y los colores de una mariposa, el fluir de las aguas de su humilde río o el deslizamiento sobre ellas en aquellos crudos inviernos cuando se congelaban, el croar de las ranas y el vuelo majestuoso de las cigüeñas hacia sus nidos en lo alto del campanario de la iglesia cercana.
Y como sus héroes – el Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín o D. Quijote de la Mancha – comenzó a fabricar sueños que le llevaban a un mundo mejor, al que le acompañaban todos cuantos le rodeaban, amigos o adversarios, pobres o menos pobres, grandes y pequeños. Y descubrió, sin saber muy bien por qué, que dando, recibía. Que todos contestaban con otra a su sonrisa. Que, sin proponérselo, aparecían los amigos para ayudar, tras la ayuda. Que la felicidad – esa palabra mágica – solamente aparecía viendo felices a los demás…. Y que el odio sólo engendraba odio.
El niño, con el tiempo, tuvo caídas, frustraciones y fracasos. Pero aprendió a levantarse, y con aquellas infantiles ilusiones hizo realidad muchos de sus sueños. Recorrió el mundo y conoció gentes de todo el planeta. Aprendió lenguas y emprendió aventuras. Desarrolló proyectos que produjeron riquezas y proporcionaron trabajo para muchos. Pero, sobre todo, generó sonrisas y acumuló amigos…..
Hoy, contemplando serenamente el río que le vio nacer, no entiende que en lugar de amor se siga sembrando el odio, cuyas consecuencias vivas hubo de sentir en sus carnes en la infancia. Y en su reflexión ante el mismo panorama de la niñez, situada la mente en los tristes acontecimientos actuales, no comprende que la amistad sea una palabra vacía y, en su defecto, se propugne la hostilidad; que la tormenta del rencor enturbie el suave fluir de las aguas de la convivencia, ni que la soberbia se instale en los corazones de tantos que se consideran diferentes en la forma pero superiores a los demás en el fondo…
El niño, ya viejo, que tras muchas decenas de años en el recorrido de su camino ha seguido siendo pobre en lo material pero inmensamente rico en lo espiritual, no quiere renunciar a sus sueños.
Y dejando que una lágrima discurra, furtiva, por su rostro, ha prometido al Genio Feliz del Palacio Real, con el que tantas veces dialogó en la infancia, que no cesará en su esfuerzo en pro de la amistad para ver realizado su gran sueño: que todos cuantos habitamos esta querida Casa Común comprendamos que – con nuestros errores y defectos, costumbres tradiciones y lenguas, gustos, orígenes y conceptos – somos hermanos en un lugar privilegiado en el que merece la pena vivir, luchar y caminar juntos para llenar ese camino de regalos y bendiciones…..
El Genio ha sonreído y el viejo niño le ha devuelto la sonrisa…
Juntos de la mano, el viejo y el niño que nunca le ha abandonado, han reemprenddido el camino de los sueños. Os invito a acompañarles con esa misma sonrisa, amigos.
@/plalanda_II